Mi vida, desde luego, estaba llena de decepciones, caídas y repugnantes niñatas que no paraban de amargármela.
-¿Qué ha hecho esta vez? –me preguntó Marta tras llamarla.
-Mientras estábamos en las duchas después de gimnasia, me cogió mi ropa interior y la puso en el tablón de anuncios con una foto mía.
Marta se quedó en silencio durante unos instantes.
-Voy para allá.
Ya estaba harta (por decir algo) de lo que me estaba causando Esther. Y todo porque le robé su almuerzo en 1º de primaria. Me había hecho todo lo inimaginable: Tirarme tomates, zancadillas, tirarme desde un segundo piso un cubo de basura, empujarme a la piscina del instituto vestida, desabrocharme el bikini cuando estuvimos en natación (suerte que tengo muchos reflejos y me lo até rápidamente), ponerme cola extra fuerte en el asiento, meterme un excremento de perro en el zapato, bajarme la falda en cambio de clase...